Que hace dos años que está en los luceros.
Me refiero -los habituales ya
lo saben, pero por si acaso- a Arturo Robsy, camarada, amigo, maestro.
Cada día leo menos prensa, y hace años que no veo informativos de
televisión. Ni siquiera le presto atención a la radio, aunque a veces la tenga
puesta. No me interesa la dosis periódica de corrupción, el suministro habitual
de prepotencia y soberbia -o de catetez y esnobismo, que casi es peor-; el
menudeo diario de mierda. No me interesa porque ya tengo asumido -desde que el
guerracivilismo de un señor Rodríguez saltó al BOE- que ya no cabe más solución
que esa que ustedes están pensando, y que la libertad de expresión para chulos,
macarras, asesinos, ladrones y sinvergüenzas no me permite expresar.
Y
pienso en qué artículo escribiría Arturo; en qué baño de humor les daría a estas
malolientes cagarrutas que nos mandan y se desmandan; en qué misericordioso
rapapolvo les echaría a tanta hetaira aficionada, a tanto maricomplejines, a
tanto cateto, a tanto cervantino hideputa.
Nos hemos quedado sin ello, y
bien que se nota. Pero en este enlace pueden ustedes descargarse algunas obras
de mi camarada Arturo -que él, señor fiscal, declaró de libre distribución para
uso no comercial- y en ellas encontrará lo que diría hoy. Porque los papanatas,
los tontos, los cazurros, los cabrones y los hideputa siguen siendo iguales, no
cambian, no retroceden, no desisten. Y el traje que tantas veces les hizo Arturo
les sigue quedando a la medida.