Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 10 de agosto de 2016

SOBRE ENSEÑAR AL CURA PACO.


Hace unos días, a su regreso de la JMJ de Cracovia, el Papa afirmaba -véanlo en Religión en Libertad- que "No me gusta hablar de violencia islámica. Todos los días hojeo los periódicos y veo violencias. En Italia, uno mata a su novia, otro a su suegra... Y son católicos bautizados, son violentos católicos. Si hablo de violencia islámica debo hablar también de violencia católica. Pero no todos los musulmanes son violentos, ni todos los católicos lo son, no hagamos una macedonia".

Esto lo decía Francisco cuando aún estaba caliente el cadáver del sacerdote Jacques Hamel, asesinado en su iglesia, mientras decía Misa, por unos simpáticos musulmanes.

También añadía algo acerca de que también los católicos matan -a la novia, a la suegra, comentaba- y que "Si hablo de violencia islámica debo hablar también de violencia católica. Pero no todos los musulmanes son violentos, ni todos los católicos lo son, no hagamos una macedonia".

Y no hablaba de la violencia islámica, pero si cargaba contra los católicos fundamentalistas, que matan con las palabras.

Ayer mismo me llegaba, por medio de una buena amiga, la noticia que recogía también Religión en Libertad: «Unos jóvenes árabes se presentaron a misa en la iglesia de San Zulian; recibieron la comunión, fingiendo ser devotos católicos, e inmediatamente después vomitaron la hostia sobre el altar como si fuera alimento del diablo, blasfemando contra Jesucristo».

Esto lo narraba  el director del periódico «Libero», Vittorio Feltri, que se define como ateo. Y -con respecto a otro suceso análogo, ocurrido algún tiempo atrás- añadía: «Se trata de un ataque terrorista a escondidas, sin sangre, pero que hace sangrar el corazón de uno como yo que soy ateo, pero que al mismo tiempo soy hijo de esta tierra donde suenan las campanas y el panorama está lleno de crucifijos. Han escupido a un Cristo, que será de madera, pero yo lo he sentido sobre mi cara y la de los míos, que me han enseñado la señal de la cruz».

Y uno -que no es católico fundamentalista, sino tridentino, y a mucha honra- piensa que ya podía don Jorge aprender algo de este director de periódico ateo, pero culto; ateo, pero decente; ateo, pero coherente con la cultura en la que vive, que ninguna de estas cosas están reñidas entre sí, salvo para el buenismo pánfilo.

Porque el caso es, señor Bergoglio, que -al menos que se sepa hasta el momento- ningún católico fundamentalista ha ido a una mezquita a escupir sobre el Corán, ni a vomitar sobre un imán, ni siquiera a pisar calzado sobre su suelo. Ni en un país musulmán, ni en una mezquita situada en los países que -por más que les pese a los zopencos de la inteleztualidad pijo-roji-progre- son hijos del cristianismo. 

Por supuesto que no todos los creyentes del islam son así. Por supuesto que no todos van por ahí con cuchillos, con pistolas, con subfusiles, con explosivos o con camiones. Pero niégueme -quien tenga pruebas que aportar, no sólo palabrería- que los musulmanes son alentados por su religión a la caza del perro infiel -o sea: los católicos fundamentalistas, los tibios, los mediopensionistas, los ateos y, en general, todos los no musulmanes-; niégueme quien tenga pruebas -no sólo tópicos- que los musulmanes quieren convertir nuestra sociedad a su gusto, que nos quieren hacer a todos fieles seguidores de su Corán, y que nos quieren aplicar su sharia. Cosa que, por cierto, ya han conseguido en barrios enteros de Londres, París, Bruselas y otras muchas ciudades europeas.

Pero mucho me temo que pensar y decir estas cosas me incluye en el grupo de malvados católicos fundamentalistas que -en opinión del señor Bergoglio- matan con la palabra.

Laus Deo.

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