Como -fray Luis de León me valga- decíamos ayer, hoy le toca a
la niña de Pablo Iglesias. Porque si hace no se si tres o cuatro campañas
electorales todos los graciosillos del país (y de El País) sacaron aquello de
la niña de Rajoy cuando don Mariano habló de todo lo que su partido iba a
conseguir para una presunta niña, no creo que el señor Iglesias deba ser
menos.
La niña de Pablo Iglesias se llama Esperanza. Y ya ha crecido,
porque dice tener 30 añitos, que en estos tiempos de irresponsabilidad es
todavía casi la niñez, aunque en tiempos lógicos y respetuosos con la naturaleza
ya sería más que talludita. En fin, la infantilidad de la sociedad que con tanto
ahínco nos hemos empeñado en hacer.
La niña de don Pablo nació -si es cierto lo que los propagandistas
del señor Iglesias cuentan- en 1986. Quizá por eso no conserva memoria de
aquellos años en que el PSOE colocaba hermanos en despachos oficiales de la
Junta de Andalucía para que en ellos hicieran sus negocios particulares; en que
los cuartos volaban en las mamandurrias de Renfe, de la Cruz Roja, del BOE; en
que los GAL eran excusa para saquear los fondos reservados a mayor gloria de los
joyeros de esposas y queridas. Así es que, como aquello no lo vivió la señorita
Esperanza -al menos, no con uso de razón- ahora se refiere, desde Inglaterra, a
los chorizos recientes. Evidentemente, no le va a sacar los PER, ni los ERES, al
futuro socio -al parecer minoritario- de su papaíto Pablo.
Porque Esperancita se ha tenido que ir a Londres a trabajar, la
pobre. Pero no se ha ido de enfermera, de camarera o de cajera de supermercado,
no; se ha ido de investigadora de Biología Molecular, nada menos. Porque aquí no
puede trabajar de lo suyo, dado que no
se apoya lo suficiente la I+D+i. La niña de Pablo -y los propagandistas de
Podemos- son suficientemente pijos como para nadar a la perfección entre la sopa
de siglas, palabros y gilipolleces con
que -recordando a don José Ortega y Gasset- los bárbaros de la especialización
nos bombardean y atarugan habitualmente.
Pero Esperancita sabe -porque las
niñas de Pablo saben mucho, y son biólogas, como aquella famosilla en su día
Anita Obregón- que en España no se protege la Investigación, Desarrollo e
Innovación porque a quien se protege es a los banqueros.
Y Esperancita quiere
gente honesta y preparada en el Gobierno, en una España que no sea conocida por la
corrupción, los salarios basura y la juerga. Flaco favor le hace a su papaíto Pablo, porque debe
ser el único caso de un partido que, sin haber tocado poltrona, ya tiene a sus
dirigentes envueltos en cobro infundado de subvenciones, en recepción de becas
injustificadas, en percibir suculentos salarios -no basura, desde luego- por
trabajos que no realizan. Y en recibir ayudas para sus fundaciones -sus correas
de transmisión- de Gobiernos extranjeros y dictatoriales.
Aunque ella va a votar a Unidos
Podemos -ya saben, la reedición del Frente Popular del 36, porque realmente hay
poco nuevo bajo el sol- porque defiende los principios que sus padres -los
supuestos padres reales de la presunta niña de Pablo Iglesias- le inculcaron, cuando trajeron la democracia y
participaron en el 82 de aquella inmensa ola de
cambio. O sea: del ascenso de Felipe
González, cuya obra -hermanos de Alfonso Guerra, BOE, Renfe, Cruz Roja- es la
que Esperancita tiene como referencia. ¡Ah, y también los GAL, tan recordados,
entre alusiones a la cal viva, por el señor Iglesias!
Esperancita, claro está, no
existe. Esperancita, la niña de Pablo Iglesias, es un invento de la propaganda
comunista, tan hábil siempre. Si Esperancita existiera, y de verdad se hubiera
dejado la piel estudiando Biología Molecular, y consiguiendo una preparación
digna de obtener un trabajo -de lo suyo- en Londres; si existiera y fuera tan lista como esa
carta de propaganda nos la presenta; si tuviera los principios que declara haber
recibido de sus padres -que trajeron la democracia y a Felipe González- estaría
horrorizada al ver que los mangoneadores del partido al que dice que va a votar,
propugnan que el Gobierno mande a los jueces los procesos que tienen que
entablar, a quién tienen que buscarle las cosquillas, a
quién hay que hacerle la vida imposible. Que en sus
comienzos -antes de que los hicieran famosos- pregonaban que los medios de comunicación tenían que
estar en manos del Gobierno. Del suyo, claro. Que consideran un modelo a seguir
la dictadura bananera venezolana, con el pajarito de Chávez en el
frontispicio.
Si de verdad quiere gente honesta y preparada en el Gobierno,
y quiere ser fiel a los
principios de sus presuntos padres, -que
según la carta le parecen el no va más- estaría horrorizada ante las
Colaus, los Kichis, las Carmenas, las señoritas Rita; ante gentes que antes de
calentar el asiento comienzan a nepotear a cuatro patas; ante gentes que
defienden a los delincuentes y menosprecian a la policía bajo su mando; ante
gentes para quienes la libertad de expresión se circunscribe a lucir la lencería
-o directamente las glándulas mamarias- mientras amenazan con quemar
-arderéis como en el 36- las
iglesias y a los que estén dentro de ellas.
Estaría horrorizada ante un partido -el comunista- que a escala
mundial ha cometido las mayores matanzas de la Historia -desde la URSS hasta
nuestra misma España- y ante otro -el se su papaíto Pablo- que defiende como el
ideal a conseguir un país donde, pese a su riqueza natural, las tiendas están
vacías de productos de primera necesidad, y en el que para adecentarse la popa
resulta mas barato hacerlo con billetes que con papel higiénico, porque aquellos
abundan -como en todos los países donde los iluminados y los tontos se piensan
que basta con darle a la maquinita-, pero este escasea.
O acaso no estaría horrorizada. Acaso
la niña de Pablo Iglesias quiere todo eso, pensando que la mejor
forma de obtener sus deseos, es un régimen donde los miembros del partido tengan
todas las ventajas -su puesto de investigadora con buenas subvenciones, por
ejemplo- y donde el Gobierno le diga a los jueces a quien hay que meter en la
cárcel. Para ella y sus amigos, la dacha; para el resto, el gulag.
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