Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 14 de abril de 2016

SOBRE LA CONMEMORACIÓN.

La que los trogloditas, cavernícolas, antiguos, obsoletos, nostálgicos, etc., hacen de tal día como hoy de 85 años atrás; vamos, la prehistoria para este mundo de progres que se piensan que el mundo nació con ellos y en su ombligo se acaba.

Tal día como hoy, de hace casi un siglo, tuvo lugar en España un golpe de Estado de la izquierda liberal; esa izquierda quieroynopuedo, ridícula, acomplejada frente a la otra, la soviética; esa izquierda azañista, muy de burguesía progre, de casino de pueblo, de rebotica casposa. En fin, una izquierda muy de izquierdas.

Ese golpe de Estado consistió en subvertir el orden establecido, cambiando un régimen político por la fuerza de las manifas cutres de los currutacos -o sea, los progres de entonces-, por unos medios ajenos a la legalidad vigente a la sazón. Eso es un golpe de Estado, dicho sea para idiotas: la subversión del orden vigente en un momento dado, y su cambio por otro.

Eso es, también, una revolución: la subversión de un Estado y su sustitución por otro que -esto nos lo enseñó José Antonio- en el hecho revolucionario de su nacimiento tiene su legitimización.

Por lo tanto, aquí no se critica el advenimiento de la República Segunda; especialmente porque la Monarquía ya tuvo buen cuidado de quitarse de en medio a toda leche, no fuera a caerle la del pulpo. Pero si se pone -o se intenta, porque a los tontos es difícil ponerles en situación- a la altura que corresponde a los imbéciles que maldicen de Julio del 36, y se derriten ante el abril del 31.

Del próximo 14 de abril -el que asoma la oreja cada día más- aquí diremos lo mismo que afirmó José Antonio: que la monarquía está difunta. Aunque ahora, ni José Antonio -tan generoso, tan gran señor-, podría afirmar que gloriosamente.

Si acaso, en el más espantoso de los ridículos.

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