Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 4 de marzo de 2016

SOBRE LA FALSEDAD, LA INCULTURA, LA ESTUPIDEZ O EL ENCANALLAMIENTO.


O sobre todo ello junto, con especial incidencia en lo último, porque de lo que voy a hablar es de una auténtica canallada.

Lo siento si alguien -viendo el título- ha pensado que iba a referirme a la desvestidura de un tal Perico, o a las muchas peripecias parlamentarias de esta semana. No voy por ahí -aunque, evidentemente, no faltan en el semicirco los falsos, los incultos, los estúpidos ni los canallas-, sino por un tema que, a mi modesto entender, es importante; no una payasada de aficionados sin gracia como la de los politicastros al uso.

Como mis habituales saben -y si no, se lo cuento- no veo televisión mas que para determinadas retransmisiones deportivas, centradas en cuatro partidos del Real Madrid y la Fórmula 1. Esto lo digo para que nadie me tome por despistado si, a estas alturas, comento una serie de televisión que hace tiempo ha finalizado en su emisión normal, pero que yo estoy viendo ahora.

Me refiero a la centrada en la vida de nuestro Rey Carlos I, que a su vez fue el quinto emperador de Alemania de ese nombre, y que empecé a ver pensando que -habida cuenta de la razonable fidelidad histórica de la serie predecesora, Isabel- presentaría unos niveles adecuados de parecido con la realidad.

Pero, a la vista de los cuatro primeros capítulos, hay que deducir que los guionistas son incultos y estúpidos o -más probablemente- falsarios y canallas.

Ni se respetan fechas, ni hechos. Carlos I jamás tuvo nada que ver -al menos que los historiadores sepan y hayan dicho- con Germana de Foix, la que fuera esposa de su abuelo Fernando el Católico. Menos aún tuvo con ella descendencia, y nótese que en aquellos tiempos los hijos bastardos de los reyes -y sobre todo las hijas- eran parte importante de la política matrimonial. El propio Carlos I utilizaría así a su hija ilegítima Margarita, habida con una dama flamenca, antes de su matrimonio con Isabel de Portugal.

Carlos I jamás rechazó el matrimonio con Isabel, y menos aún en la época en que la serie lo presenta, época en la que ni siquiera se había propuesto dicho enlace. 

Menos creíble aún resulta ver a Diego Velázquez, Gobernador de Cuba, ataviado como un gañán en una casucha de madera, o a un Hernán Cortés que se queda meses a la orilla del mar, en Méjico, esperando que los indígenas le traigan tres cachitos de oro de buena gana y tras hacerse amigos al momento de verse. Cortes y sus hombres tuvieron que combatir con todos los pueblos mejicanos que había en el camino de Méjico -Cempoal, Tabasco, Tlaxcala, Cholula-, antes de encontrarse con los auténticos aztecas, que sojuzgaban a todos los demás; y combatir duramente, hasta la extenuación, aunque luego -en efecto- las alianzas con ellos fueran firmes y duraderas.

En fin: que esta serie sobre Carlos I de España y V de Alemania es un bodrio, una falsedad y una mentecatez, solo apta para ignorantes o furibundos seguidores de los programas de corazón y bidé, o una canallada dirigida a pervertir el conocimiento de los que se dejan influenciar por la televisión sin ser capaces de leer un libro de Historia de España, aunque devoren los superventas pseudohistóricos extranjeros.

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