Cavernícolas que tal día como hoy, 14 de abril, celebrarán el advenimiento de su
segunda República, caída del cielo por la casualidad del miedo de unos y de la
desfachatez de otros.
No vino aquella República segunda de la mano de la
voluntad popular, porque los republicanos habían perdido -ampliamente- las
elecciones municipales que la antecedieron. Su llegada fue, de hecho,
profundamente discriminatoria hacia los votantes de ciudades pequeñas, pueblos y
villas, donde ganaron los monárquicos, frente al triunfo de los republicanos en
las grandes ciudades, aunque sin mayoría en el número de concejales electos en
el cómputo general.
Pero a aquella República no le importaban los
ciudadanos, sino las masas; fue una República de altercados y algaradas; de
golpes de Estado de la izquierda (1934) contra las urnas que daban el triunfo
electoral a la derecha (1933); de tiros a la barriga contra los
anarquistas andaluces (Casas Viejas) amotinados contra Azaña; de persecución
religiosa y destrucción del patrimonio cultural por parte de los talibanes
socialistas.
Aquella es la República que hoy festejarán los cavernícolas;
los que siguen anclados al comienzo del siglo XX; los que no han aprendido nada,
ni saben nada, ni les importa nada mas que el tópico.
No son
republicanos, sino segundorepublicanos. Si fueran republicanos, celebrarían la
Primera República, aquella que vino de la abdicación de Amadeo I. Pero no; para
ellos, los que hoy gritarán como guarros en cochiquera -y perdóneseme el símil,
sobre todo porque no lo es- la República es la Segunda: la República de sangre y
mierda que comenzó quemando iglesias y destruyendo obras de arte, y prosiguió
matando curas, monjas, gente que iba a Misa, que usaba bigote o que pasaba por
allí.
Esa es la República que quieren: la segunda. La que nos van a
meter cualquier día de estos los señoritos bolcheviques, los señoritos
liberales, los señoritos de derechas de toda la puta vida, los señoritos de
hacerse un partidito para salir en los papeles, los señoritos de trincar pasta
gansa a manos llenas, los señoritos de la jerarquía eclesiástica y los señoritos
monárquicos.
Y a mi, que no soy monárquico, no me parece mal. Porque la
situación es tan pútrida, que ya no caben parches; que es necesario tirarlo todo
abajo, derribar el edificio ruinoso y comenzar de nuevo. Así es que, sin mover
un dedo para traerla, no sufriré lo más mínimo cuando venga, no la Tercera
República, sino la Segunda bis.
Es el camino para que llegue, nítida e
históricamente inevitable, la República Nacionalsindicalista.