Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 1 de diciembre de 2014

SOBRE DESCEREBRADOS.

Porque díganme, si no, cómo definir a los idiotas, a los políticamente ridículos, a los imbéciles de prensa, radio, televisión y corrillos parlanchines, que comentan acerca de los otros descerebrados que ayer se citaron para pegarse fuera de un estadio deportivo.

Descerebrados, sin duda, los animales que se pegan por pegarse, que se citan para darse de leches, que se engallan cobardemente tras la manada. Pero casi más los mamarrachos que hacen de un problema de simple delincuencia común motivo de único comentario del día.

Como si no tuviéramos una corrupción política que llevarnos a la rotativa; como si no tuviéramos pujoles, EREs, gurteles, monagos, griñanes; como si no tuviéramos un partido corrupto en el Gobierno, unos partidos -todos ellos salvo, hasta el momento, UPyD- corruptos en la oposición; como si no tuviéramos la amenaza de un marxismo chavo-evomoraliano, que presume de no ser casta pero ya tiene corrupción dentro y en su entorno incluso antes de llegar a tener poder, cobrando trabajos que no hacen y repartiéndose viviendas de protección oficial en familia. 

Como si no tuviéramos un Mas que sigue en lo suyo, en la voladura de España, sin que a nadie parezca importarle un pimiento. Como si no tuvieran la desfachatez de cerrar filas en torno a una señora designada digitalmente para el Consejo General del Poder Judicial, a la que han trincado con los billetes en el bolso, señalando que la referida señora no es una sinvergüenza, sino una víctima de persecución centralista, acaso porque el verdadero problema de los separatistas con España es que no les dejan robar todo lo que quisieran.

Como si no tuviéramos todo esto, y mucho más, la noticia del día es que un gilipollas que venía a por lana salió trasquilado. Porque basta ver la foto que saca la prensa para darse cuenta de que el difunto en la algarada entre impresentables de varias tendencias presuntamente deportivas era un macarra. Que en paz descanse, sí; pero macarra.

Y salen los plumíferos -entiéndase periodistas en general- clamando porque un partido de fútbol no se haya suspendido porque unas manadas de energúmenos se han dado de tortas en la calle. Y claman porque los clubes deportivos no expulsen a los calificados de ultras. 

Y peor aún, porque las propias autoridades piden que los clubes tomen cartas en el asunto. Las mismas autoridades que eliminaron el derecho de admisión como privilegio del dueño de un local abierto al público. Los mismos que empapelan a un restaurante por no querer celebrar en sus salones el arrejunte de dos individuos del mismo sexo, quieren que el dueño de un estadio deportivo prohíba la entrada. ¿Para que los rechazados reclamen y poderles poner una multa por discriminar?

Señores, la cosa es bien sencilla: cuando dos bandas de delincuentes, de matones de patio de colegio, de animales asociales, se citan para pegarse, lo normal es que alguien salga malparado. Si un sociópata de cuarenta y tres años se comporta como un niñato chuleta, y le dan lo mismo que él quería darle a otros, lo que procede es que se aguante.

No soy -los habituales ya lo saben- seguidor del Atlético de Madrid, ni voy a defenderlo. Entre otras cosas, porque el Atlético de Madrid no es culpable de nada. Pero es que clama al cielo que los plumíferos y hasta las presuntas autoridades le estén echando la culpa de que unas malas bestias vinieran a las cercanías de su estadio para provocar y tocar las narices.

Sin embargo, y dicho todo esto tan políticamente incorrecto -supongo que el que venga a este diario no esperaría otra cosa- lo que a mi me importa poner de relieve es la enfermedad de una sociedad en la que estas cosas son posibles. Una sociedad que crea grupos capaces de matarse porque si, porque les va la marcha, porque se divierten dándose palizas. 

Una sociedad en la que, en cambio, si uno dice que está dispuesto a dar la vida por la Patria es mirado como un bicho raro y, como poco, calificado de fascista.

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