Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 31 de diciembre de 2013

SOBRE EL BELLOTARI.

Lo de bellotari fue apodo que se ganó a pulso el señor Rodríguez Ibarra, anterior y casi vitalicio presidente de la autonomía extremeña. Apodo que el sucesor, un tal Monago al que puede que conozcan los extremeños y alguien del PP que lo enchufó, quiere heredar en plenitud de derechos.

Lo de ser bellotari -que evidentemente vale por bellotero- tiene sus servidumbres. Así, el señor Monago se ha dedicado a hozar en el tema del aborto y -según El Mundo- sigue así la brecha abierta en su partido con respecto a este polémico asunto tras su compañero de comunidad, el gallego Alberto Núñez Feijóo, la delegada del Gobierno madrileña, Cristina Cifuentes, el presidente del PP de Guipúzcoa, Borja Sémper o la alcaldesa de Zamora, Rosa Valdeón.

El señor Monago justifica su salida de pata de banco en que la ideología no tiene que introducirse en asuntos de Estado...; y uno se pregunta si la reforma de la Ley del aborto de doña Bibiana no era una propuesta electoral del PP y, en tal caso, cómo es posible que Monago y sus compinches citados se hayan presentado en las listas del PP. Mejor dicho yo -que soy perro viejo y me conozco el paño- se perfectamente por qué y cómo se han presentado estos individuos -individuas, individues- en las listas peperas. Lo que es peor, se por qué les han votado los que están contra el genocidio de inocentes. Y lo se porque -tanto votantes como votados- son belloteros de pura cepa. 

Necesitamos una ley que conecte con la sociedad, que sea reflejo de la España actual, la que inicia 2014, dice el señor Monago. Y añade que los diputados y senadores deben estar a la altura del entendimiento que la sociedad demanda y con el que se debe demostrar que el punto de encuentro no sólo es posible en España sino que es además el camino correcto.

Una ley que conectaría con la sociedad -conectaría un montón, se lo digo yo- y que estaría a la altura que la sociedad demanda, sería la que despenalizara la caza del diputado y del senador corrupto; del presidente autónomo y feudal de todo chiringuito paleto; del alcalde o concejal chupón y caradura; del ministro trincón y sinvergüenza. 

Sin llegar a ese extremo de conexión con la sociedad, también podría valer una ley que limitara los emolumentos de todo cargo político al salario mínimo interprofesional, y que hiciera a sus señorías, señoríos y señoríes fichar la entrada y la salida, y a las horas de comer. 

Incluso podría valer una ley que determinara el cese inmediato de cualquier cargo electo que se expresara contra el programa del partido que hayan votado los electores. 

O, en su defecto -y esto, señor fiscal, no es un calificativo, sino una mera propuesta- una ley que despenalice la calificación de los monagos y las cifuentas como gilipollas.

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