Necedad -ya ustedes lo saben, y si no, se lo digo con el auxilio de la RAE- es el desconocimiento de lo que se debería saber.
Evidentemente, nadie puede saberlo todo -sólo los muy necios creen que son omniscientes-; evidentemente, nadie puede estar en todo, hacerlo todo. Pero hay cosas que se caen por su propio peso, y que son claras aún para el más lerdo.
Por tanto, resulta tautológico explicar la necedad del Gobierno del señor Rajoy -de los anteriores también; pero ahora quien hace como que gobierna es Rajoy- cuando necesita -lo dice El Mundo- gastarse 28 millones de euros en asesores.
Porque el señor Rajoy no lo puede saber todo, vale; pero sí debe saber que la Administración cuenta con funcionarios de carrera capaces -desde el conocimiento que cada uno tiene de su puesto y sus labores- de darle todas las explicaciones que el Presidente necesite, todos los asesoramientos que quiera; todas las posibilidades que le haga falta valorar para tomar decisiones.
La Administración no es una banda al servicio de la política del partido que gobierna, sino la que custodia -en la medida que los políticos la dejan, claro- el exacto cumplimiento de la normativa vigente. También es la que debe preparar las nuevas leyes que sean necesarias, siguiendo las directrices del Gobierno, por supuesto; pero asegurando que las reformas se ajusten a Derecho y se hagan por sus pasos legales.
Para conocer la realidad, para conocer las previsiones, para conocer lo que sería bueno, el Presidente del Gobierno y los Ministros no necesitan más que consultar a sus funcionarios, u ordenar que se haga tal o cual cosa, siempre dentro de las normas.
Sentado este principio, la necedad gubernamental consiste en ignorar la función de la Administración y hacernos pagar 28 millones de euros anuales por su desconocimiento.
Cabe otra posibilidad, y es que el Gobierno no ignore el valor y la función de la Administración, y tome -a sabiendas- decisiones injustas para enchufar a los amiguetes, mientras posterga a funcionarios de carrera -véase Público-. O sea, lo que se llama prevaricar, de toda la vida.