Que, por la fecha, ya se imaginan que no son los de San Fermín, aunque -según se mire- de cuadrúpedos puede ir la cosa. Y de cornúpetas.
Se trata -indica Público, que casi llega al éxtasis- de encierros en los centros educativos de toda España en defensa de la educación pública, contra los recortes y para mostrar su rechazo al anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa.
Y en la cuchipanda se arrejuntan asociaciones de padres y madres -de padros y madros, de momento, no-; asociaciones de estudiantes, de profesores, y no sabemos si de mesas, sillas y encerados.
Y a mi, que estuve en la Universidad en la época de la Transición, y que me vi obligado a estudiar solidaridad con los compañeros del metal como asignatura básica, esto de las huelgas, los encierros, las cuchipandas y movidas, no me va a conmover lo más mínimo.
Partiendo de mi ignorancia acerca de si las razones de los huelguistas son de peso o de color –rojo-, sí puedo afirmar que alumnos y profesores harían muy requetebién en aprovechar sus encierros estudiando un poco, de forma que los maestros no confundiesen -hace poco lo comenté- escrúpulo con la puesta del sol; no pensaran que el Ebro pasa por Madrid -que ya quisiéramos, pero no-; que Albacete es provincia andaluza, y similares lindezas. Y que los estudiantes no cosecharan -año tras año- nuevas cotas de incultura en los estudios internacionales sobre el tema. Y que los padres meditaran sobre algo tan evidente como que en el colegio se da enseñanza, pero la educación hay que darla en casa.