Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 7 de marzo de 2013

SOBRE EL AMOR DE GAY-ARDON.

Hacía tiempo que no escribía así el apellido del actual señor ministro de ¿Justicia?. Concretamente, desde que en el Ayuntamiento de Madrid amparaba, favorecía y fomentaba las marchas de degenerados en paños menores, en tanto que prohibía las de gentes normales, de esas que no van con la popa al aire o las ubres al viento por mitad de una ciudad a las cinco de la tarde.

Pero una vez más -quizá por eso de que la cabra tira al monte, y don Alberto parece tener especial querencia por las actividades contra natura- el señor Gay-ardón saca a relucir sus curiosas teorías, propias de novela galante decimonónica o, acaso, de aquella novelita pornográfica de don Pedro de Repide que fue la única solicitud de Alfonso XIII a la biblioteca real en toda su vida.

En fin, a lo que iba: que don Alberto Ruiz Gallardón ha declarado -dice La Gaceta- que el amor “es lo que no solamente explica un comportamiento histórico que ha tenido la humanidad desde que está civilizada, sino, además, es lo que debe llevar a los poderes públicos a crear los instrumentos adecuados para que esta voluntad de encuentro, ese amor, tenga sus efectos jurídicos y su desarrollo en una sociedad avanzada y democrática como es la nuestra”. Y además, que “por encima de cualquier otra consideración lo que justifica una relación conyugal es el amor”.

Díganme ustedes si no parece que al señor ministro está en plan de viejo libidinoso que intenta convencer -anda, tontita, que no te va a pasar nada- a una mocita no del todo esquiva.

Pero, yendo al meollo, el “comportamiento histórico que ha tenido la humanidad desde que está civilizada” es -precisamente, y se ponga usted como se ponga, don Alberto- el de la relación conyugal entre hombre y mujer. Y se lo demuestro muy fácil: en caso contrario -o sea, si el comportamiento histórico de la humanidad hubiese sido la homosexualidad- ni usted, ni sus protegidos, estarían aquí.

Que en la Historia ha habido de todo ya lo sabemos; que la homosexualidad no es cosa de hoy, ya lo sabemos; que el lesbianismo no es flor de ayer, ya lo sabemos. Pero que no es la norma histórica, ni la natural, también. Que una cosa es colgar de grúas a los -así lo dicen ellos- maricones, como hacen los países islámicos, y otra es ponerlos de ejemplo a seguir. Que una cosa es fusilarlos, como hacía Durruti -jefe anarquista durante la guerra civil, dicho sea para alumnos de los últimos planes de estudio-, y otra darles libro de familia y ponerles por delante del resto a la hora de adoptar.

Por lo que hace a que “por encima de cualquier otra consideración lo que justifica una relación conyugal es el amor”, esta opinión de don Alberto podría dar base al matrimonio con cualquier animal de compañía -ya se han dado casos en sociedades sumamente “avanzadas”-, o entre hermanos, o entre padres e hijos, o entre un viejo libidinoso y una niña de ocho o diez años -casos que también suelen darse en sociedades profundamente avanzadas y tolerantes-; o, ya que nos ponemos, y puesto que la unión conyugal se legitima “por el amor entre las partes”, entre un gilipollas y su coche.

En fin, señor Gay-ardón, que sus votantes se enteren de una puñetera vez, y que deje usted de tocarnos las partes.

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