Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 22 de noviembre de 2012

SOBRE EL HOMENAJE FRANCÉS.


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Homenaje a la España nacional, en una Misa por José Antonio y Franco, que los amigos franceses del Círculo Franco-Español celebrarán el día 23 de Noviembre en París. Aquí tienen el cartel anunciador, que me ha sido remitido por un buen amigo legitimista francés, en cuya página Le Pilori, tiene la gentileza de publicar mis modestas opiniones -entre las de otros españoles con mayor mérito-, y a la que tienen un enlace permanente en la columna lateral.

Creo que con la simple presencia de este cartel ya queda todo dicho; pero vaya, aunque sea redundante, mi agradecimiento a estos amigos franceses que, como personas dignas, tienen el honor por bandera.



SOBRE LOS NOSTÁLGICOS.

Como el número de tontos es infinito, y existe una cierta propensión a que se concentren, el porcentaje de tontos per cápita en España debe andar cercano a la unidad. Dicho para ellos -o sea, para los tontos-: que de cada cien hay noventa y nueve.

Precisamente por ser infinitos en su número, hay muchas clases de tontos. Y una de las peores es la de los ocultones, la de los solapados, la de los cobardes.

Esta clase de tonto que muerde la mano que le da de comer, que insulta al amigo para complacer al enemigo, que dobla la cerviz ante el ídolo de la mentira establecida, que se congracia con los que mandan a costa de un innecesario menosprecio a quien le ha llevado a donde está, es la más inmunda. Y es la clase de tonto -ni siquiera malvado, ni siquiera cabrón con pintas, simplemente algo cuatezoncillo- que se permite decir cosas como que los que rendimos homenaje de reconocimiento a Franco y José Antonio, de lealtad a su memoria, de fidelidad a su recuerdo, somos nostálgicos.

Y lo dicen como desdoro, como descalificación, como actitud vituperable; con tono acusador de censura. Como si nostálgico no fuera el que padece nostalgia, y la nostalgia no fuese -en primera acepción-, la pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos, y -en segunda- la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Como si no hubiera motivo de sobra para sentirse ausente de la Patria que entre todos ellos -los tontos, los cobardes, los mamarrachos, los sinvergüenzas, los fantoches- han puesto al borde de la muerte; y como si no hubiera motivo para recordar la dicha perdida de cuando la Patria era un hogar confortable para todos sus hijos, y no un lupanar donde todo vicio tiene asiento y premio.

Y todo esto lo dicen -yo no lo vi, pero me lo cuenta mi camarada Arturo- en esa emisora que presume de patriota para hacer caja, Intereconomía, que tiene que complacer a cualquiera que sea su amo ahora, tras haber ayudado a aupar al PP que ya no la necesita.

Es lo que tiene servir a esa clase de amos. Los que con desvergüenza llaman nostálgicos, servimos -como dijese San Francisco de Borja- a un señor que no se nos muera. Y, en ese empeño, recordamos a los que nos enseñaron el camino.

Pero estos pequeños bobos, tontines, lameculos y chaperos no lo pueden entender. Lo nostálgico queda demasiado grande para su pequeñez bovina.

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