Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 23 de febrero de 2012

HOLA AL TRABAJO OBLIGADO. (por Arturo Robsy)

Un elevado cargo de la Empresarial, convencido de que la oportunidad le va a venir del gobierno del PP, se ha descolgado con la petición de que el parado que rechace un trabajo que pierda el seguro de paro. Si tiene que irse a Finlandia, se va.
La ministra de Sanidad, casi a la vez, habla de prohibir las terapias inútiles, aunque no define lo que significa inútil. Se trata de ahorrar gasto a costa de los más débiles: los enfermos, como ya se hace en Cataluña.
Estas medidas, de momento en el nido, hacen pensar en el capitalismo salvaje y en la idea básica, ya dicha desde hace años, de la privatización de los servicios sociales. Algunos locutores ven bien lo de privar del seguro de paro a quienes rechacen un trabajo, tanto da si saben hacerlo o no. Se trata del trabajo obligado se quiera o no, se conozca o no. O sea, un ataque a la libertad y a los derechos humanos. Es, claro, un paso más hacia el trabajo esclavo que tanto se ha criticado sin distinguir entre tiempos de guerra ni tiempos de paz.
¿Medidas de catástrofe bélica en tiempos de paz? Trabajos forzados como se ha hecho con presos o prisioneros? La mentalidad que puede pensar así es propia de quien se imagina que ha vencido en un conflicto bélico y de quien piensa que la globalización ha sido y es invasión y que los invadidos, nosotros entre muchísimos más, deben empezar a pagar los costes que han tenido los que tratan de dominar el mundo.
¿Y la terapia inútil? Se sabe bien, y lo dice la clase médica, que salvo las infecciones, nada se cura en realidad. En lo demás, se aplacan las molestias, los dolores, pero se trata de ir poniendo muletas químicas para que, aunque no se vea la recuperación de la salud, se alivie el sufrimiento y se recupera cierta calidad de vida. Pero la recuperación de la salud es, suele ser, inviable.
Y eso ya sucede con la eutanasia más o menos encubierta. Si la persona no se va a recuperar ¿por qué no matarla como cuando a un caballo se le rompía la pierna en las películas del Oeste? Y con los abortos: si se descubre una enfermedad genética o la posibilidad de que el nasciturus no vivirá más allá de la infancia, puede ser eliminado.
Ahorrar al precio del sufrimiento humano o de la libertad son prácticas muy peligrosas, muy humillantes, muy inhumanas. Periódicamente ideas como esas se lanzan sobre la sociedad como solución a la pobreza que avanza o como remedio al pago de la exorbitante deuda, lo que equivale a dinero. Y por dinero la gente debe sufrir, no nacer, morir o trabajar en lo que le manden.
A esto se le suele llamar progreso, idea insistente del siglo XIX en España que perdura en el XXI. Lo que parece lógico al bolsillo no lo es a la inteligencia. ¿Cree alguien que si se bajan los costes de la sanidad, por ejemplo, o de las ayudas laborales, se va a cobrar un euro más?
Demasiados ilusos cuando no se ignora que se está dando un acoso y derribo al estado de derecho. Desde las dos bandas.
Arturo Robsy.

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