Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 6 de octubre de 2009

SOBRE LOS CADÁVERES DEL PSOE.

Al leer el titular de Libertad Digital (CRÍTICA A LA CÚPULA SOCIALISTA - Leguina: "Han llegado a la cumbre con los armarios repletos de cadáveres"), casi se me desencaja la mandíbula de la impresión.
¡Tate! -me he dicho- las cosas empiezan a saberse; el otro día nos ilustra Pujol sobre el 23-F, y ahora un socialista de campanillas, Leguina, nos va a contar la verdad sobre el golpe de Estado de los días 11,12 y 13 de marzo de 2004, cuando el PSOE vulneró la Ley Electoral y la que regula el derecho de manifestación, saltándoselas a la torera.
Pero no; lo que el señor Leguina cuenta son los cadáveres políticos de los propios socialistas, mandados al desolladero por Rodríguez y sus pelotas de última generación, encumbrados desde alguna letrina.
Comprendo que al señor Leguina le moleste esto; pero la verdad es que ni siquiera merece atención informativa, porque lo de despachar a las viejas guardias a que alude don Joaquín, es tradición en todos los marxismos conocidos, que siempre cimentan su consolidación sobre los restos canibalizados de sus antecesores.
En cambio, de lo que me interesaba especialmente -esa referencia a los armarios llenos de cadáveres, tan sugerente- nada de nada.
Otra vez será, todo es cuestión de paciencia.

SOBRE EL GOLPE DE ESTADO.

Aunque para la zapaterez y la pijoprogresía parece que jamás en la Historia del mundo ha habido más golpe de Estado que el de -dicen ellos- Franco, la verdad es que, como haber, ha habido muchos.
 
Por cierto, que ni el golpe de Estado fue de Franco -a la sazón uno más entre los Generales-, que ni siquiera participó demasiado activamente en la preparación hasta muy última hora, ni fue un golpe militar. Fue una sublevación popular, apoyada por algunas unidades del Ejército y con militares en los lugares más llamativos, como no podía ser menos una vez comprobado que la cosa iba para largo y que iba a haber muchos tiros.
 
Pero antes de aquellos tiros del 18 de Julio hubo también muchos tiros. No sólo en aquella primavera sangrienta del 36, sino dos años antes. Porque tal día como hoy -6 de Octubre- de 1934, ocurrieron en España dos golpes de Estado.
 
Dos golpes de Estado -el uno separatista, el otro socialista- coincidentes y aún concurrentes. Por un lado el golpe de Estado de la Generalidad de Cataluña, proclamando la independencia del Estat Catalá; por otro, el de los socialistas -que tiempo atrás habían avisado su intención de echarse a la calle si entraba en el Gobierno el partido que había ganado las elecciones, la CEDA- en Asturias.
 
Todos los historiadores serios indican esta fecha -conocida como revolución de Asturias con patente olvido de la intentona separatista catalana-, como inicio de la Guerra Civil. Pero, independientemente de ello el hecho incontestable es que tanto el separatismo como el socialismo dieron el primer paso en el camino del golpe de Estado.
 
El golpe de Estado separatista fue, como acostumbran, una mamarrachada, que en breves horas fue superado incluso por un Gobierno débil y cobarde y un General -Batet- digno antecesor de los tiralevitas y portabolsos blanquiemplumados de hogaño.
 
El golpe de Estado socialista tuvo también las características que definen la marca de la casa. Fue sanguinario, cruel, ladrón, saqueador y asesino, y el Gobierno supo por unas horas sobreponerse a su debilidad y cobardía y -por medio del Ministro de la Guerra democráticamente nombrado- llamar a las tropas mejor preparadas -la Legión- y al General mejor dotado -Franco- para devolver a la República la legitimidad de las urnas frente al golpe de Estado violento y sanguinario.
 
Por cierto que, en la lucha contra el golpe de Estado socialista, se distinguió el capitán Rodríguez Lozano, abuelo del nietísimo que ya lleva otros dos o tres golpes de Estado desde La Moncloa.
 
 

SOBRE EL SECUESTRO.

El de otro atunero en los caladeros del Índico, ocurrido hace unos días.
 
No pensaba hacer comentario porque esto era de esperar y, a fuer de previsible, poco agradecido para el debate. No obstante, lo que si tiene jugo son las propuestas que se están escuchando en torno al tema de la seguridad de los barcos españoles en aquella zona.
 
Por un parte, el Gobierno -además de echar balones fuera sobre si el pesquero estaba fuera o dentro de la zona de seguridad- proclama que la solución es que los barcos lleven seguridad privada a bordo. Seguridad privada -vigilantes, para entendernos- cuya contratación costaría unos 12.000 euros por cada uno y por cada mes. Como para garantizar mínimamente la efectividad harían falta por lo menos -tirando muy por bajo- seis vigilantes por buque, nos ponemos en la bonita cantidad de 72.000 euros por mes y barco.
 
Ante esto, los armadores aducen que no les trae cuenta salir a pescar y -añado por mi cuenta- resultaría más rentable dejar el barco amarrado o venderlo a un armador francés, país que sí protege a sus pescadores.
 
Por otra parte, los armadores y pescadores reclaman el embarque de tropas en sus barcos. Sin ocultar que me alegraría sobremanera la presencia en cada atunero español de un pelotón de mi querida Infantería de Marina, que pusiera al día la vieja costumbre de invitar a los piratas a bailar una giga colgando del palo mayor, veo en ello dos problemas.
 
Uno, que -como muy bien dice la señora Chacón- no hay militares para vigilar cada negocio español. Pero no porque los negocios españoles sean muchos, porque la falsedad del argumento ministerial es que no se trata de poner un pelotón de soldados -¡ay, amigo Spengler!- en cada tienda, sino en unos cuantos barcos en peligro de asalto pirata, sino porque ni para eso tenemos militares suficientes.
 
Otro problema -mucho más grave a mi modo de ver- es que estos barcos secuestrados -en presencia o en potencia- suelen llevar el pabellón del PNV, y para que pudieran embarcarse en ellos los soldados de España la lógica, la decencia y las leyes internacionales obligarían a izar en ellos la Bandera de España.
 
 

Publicidad: